Cómo la infanta Elisena y su doncella
Darioleta fueron a la cámara donde el rey Perión estaba. Como la gente fue
sosegada, Darioleta se levantó y tomó a Elisena así desnuda como en su lecho
estaba, solamente la camisa y cubierta de un manto, y salieron ambas a la huerta
y la luna hacía muy clara. La doncella miró a su señora y abriéndole el manto
católe el cuerpo y díjole riendo: —Señora, en buena hora nació el caballero que
os esta noche habrá. Y bien decía, que ésta era la más hermosa doncella de
rostro y de cuerpo que entonces se sabía. Elisena se sonrió y dijo: —Así lo
podéis por mi decir, que nací en buena ventura en ser llegada a tal caballero.
Así llegaron a la puerta de la cámara. Y comoquiera que Elisena fuese a la cosa
que en el mundo más amaba, tremíale todo el cuerpo y la palabra, que no podía
hablar, y como en la puerta tocaron para abrir, el rey Perión, que así con la
gran congoja que en su corazón tenía, como con la esperanza en que la doncella
le puso no había podido dormir, y aquella sazón ya cansado, y del sueño vencido
adormecióse y soñaba que entraba en aquella cámara por una falsa puerta y no
sabía quién a él iba y le metía las manos por los costados y sacándole el
corazón le echaba en un río, y él decía: —¿Por qué hicisteis tal crudeza?.
—No es nada esto —decía él—, que allá os queda
otro corazón que yo os tomaré, aunque no será por mi voluntad. El rey, que gran
cuita en sí tenía, despertó despavorido y comenzóse a santiguar. A esta sazón
habían ya las doncellas la puerta abierto y entraban por ella y como lo sintió
temióse de traición por lo que soñara, y levantando la cabeza vio por entre las
cortinas abierta la puerta, de lo que él nada no sabía, y con la luna que por
ella entraba vio el bulto de las doncellas. Así que saltando de la cama do
yacía tomó su espada y escudo y fue contra aquella parte do visto les había. Y
Darioleta, cuando así lo vio, díjole: —¿Qué es esto, señor?, tirad vuestras
armas que contra nos poca defensa nos tendrá. El rey, que la conoció, miró y
vio a Elisena su muy amada y echando la espada y su escudo en tierra cubrióse
de un manto que ante la cama tenía con que algunas veces se levantaba y fue a
tomar a su señora entre los brazos y ella le abrazó como aquél que más que a sí
amaba. Darioleta le dijo: —Quedad, señora, con ese caballero que aunque vos
como doncella hasta aquí de muchos os defendisteis y él asimismo de otras se
defendió, no bastaron vuestras fuerzas para os defender el uno del otro. Y
Darioleta miró por la espada do el rey la había arrojado y tomóla en señal de
la jura y promesa que le había hecho en razón de casamiento de su señora y
salióse a la huerta. El rey quedó solo con su amiga, que a la lumbre de tres
hachas que en la cámara ardían la miraba pareciéndole que toda la hermosura del
mundo en ella era junta, teniéndose por muy bienaventurado en que Dios a tal
estado le trajera; y así abrazados se fueron a echar en el lecho, donde aquélla
que tanto tiempo con tanta hermosura y juventud, demandada de tantos príncipes
y grandes hombres se había defendido, quedando con libertad de doncella, en
poco más de un día, cuando el su pensamiento más de aquello apartado y desviado
estaba, el cual amor rompiendo aquellas fuertes ataduras de su honesta y santa
vida, se la hizo perder, quedando de allí adelante dueña. Por donde se da a
entender que así como las mujeres apartando sus pensamientos de las mundanas
cosas, despreciando la gran hermosura de que la natura las dotó, la fresca
juventud que en mucho grado la acrecienta, los vicios y deleites que con las
sobradas riquezas de sus padres esperaban gozar, quieren por salvación de sus
ánimas ponerse en las casas pobres encerradas, ofreciendo con toda obediencia
sus libres voluntades a que sujetas de las ajenas sean, viendo pasar su tiempo
sin ninguna fama ni gloria del mundo, como saben que sus hermanas y parientas
lo gozan, así deben con mucho cuidado atapar las orejas, cerrar los ojos
excusándose de ver parientes y vecinos, recogiéndose en las oraciones santas,
tomándolo por verdaderos deleites así como lo son, porque con las hablas, con
las vistas, su santo propósito dañando, no sea así como lo fue el de esta
hermosa infanta Elisena, que en cabo de tanto tiempo que guardarse quiso, en
sólo un momento viendo la gran hermosura de aquel rey Perión fue su propósito mudado
de tal forma que si no fuera por la discreción de aquella doncella suya, que su
honra con el matrimonio reparar quiso, en verdad ella de todo punto era
determinada de caer en la peor y más baja parte de su deshonra, así como otras
muchas que en este mundo contarse podrían, que por no se guardar de lo ya dicho
lo hicieron y adelante harán no lo mirando. Pues así estando los dos amantes en
su solaz, Elisena preguntó al rey Perión si su partida sería breve, y él le
dijo: —¿Por qué, mi buena señora, lo preguntáis?. —Porque esta buena ventura
—dijo ella— que en tanto gozo y descanso a mis mortales deseos ha puesto, ya me
amenaza con la gran tristura y congoja que vuestra ausencia me pondrá a ser por
ella más cerca de la muerte que no de la vida. Oídas por él estas razones,
dijo: —No tengáis temor de eso, que aunque este mi cuerpo de vuestra presencia
sea partido, el mi corazón junto con el vuestro quedará, que a entrambos dará
su esfuerzo, a vos para sufrir y a mí para cedo me tornar, que yendo sin él, no
hay otra fuerza tan dura que detenerme pueda. Darioleta, que vio ser razón ir
de allí, entró en la cámara y dijo: —Señora, sé que otra vez os plugo conmigo
ir más que no ahora, más conviene que os levantéis y vamos, que ya tiempo es.
Elisena se levantó y el rey le dijo: —Yo me detendré aquí más que no pensáis, y
esto será por vos y ruégoos que no se os olvide este lugar. Ellas se fueron a
sus camas y él quedó en su cama muy pagado de su amiga, empero espantado del
sueño que ya oísteis; y por él había más cuita de ir a su tierra donde había a
la sazón muchos sabios, que semejantes cosas sabían soltar y declara, y aún él
mismo sabía algo, que cuando más mozo aprendiera. En este vicio y placer estuvo
allí el rey Perión diez días, holgando todas las noches con aquélla su muy
amada amiga, en cabo de los cuales acordó, forzando su voluntad y las lágrimas
de su señora, que no fueron pocas, de su partir. Así despedido del rey Garinter
y de la reina, armado de todas armas, cuando quiso su espada ceñir no la halló
y no osó preguntar por ella, comoquiera que mucho le dolía, porque era muy
buena y hermosa; esto hacía porque sus amores con Elisena descubiertos no
fuesen y por no dar enojo al rey Garinter, y mandó a su escudero que otra
espada le buscase, y así armado, excepto las manos y la cabeza, encima de su
caballo, no con otra compañía sino de su escudero, se puso en el camino derecho
de su reino. Pero antes habló con él Darioleta, diciéndole la gran cuita y
soledad en que a su amiga dejaba, y él le dijo: —Ay mi amiga, yo os la
encomiendo como a mi propio corazón. Y sacando de su dedo un muy hermoso anillo
de dos que traía, tal el uno como el otro, se lo dio que le llevase y trajese
por su amor. Así que Elisena quedó con mucha soledad, y con grande dolor de su
amigo, tanto que si no fuera por aquella doncella que la esforzaba mucho a gran
pena se pudiera sufrir; mas habiendo sus hablas con ella, algún descanso
sentía.
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