ACTO III ESCENA IV SALE LAURENCIA, DESMELENADA
LAURENCIA: Dejadme entrar,
que bien puedo, en consejo de los hombres; que bien puede una mujer, sino a
dar voto, a dar voces. ¿Conocéisme?
ESTEBAN: ¡Santo cielo! ¿No
es mi hija?
JUAN ROJO: ¿No conoces a Laurencia?
LAURENCIA: Vengo tal, que mi diferencia os pone en contingencia
quién soy.
ESTEBAN: ¡Hija mía!
LAURENCIA: No me nombres tu hija.
ESTEBAN: ¿Por qué, mis ojos? ¿Por qué?
LAURENCIA: Por muchas razones, y sean las
principales: porque dejas que me roben tiranos sin que me vengues, traidores
sin que me cobres. Aún no era yo de Frondoso, para que digas que tome, como
marido, venganza; que aquí por tu cuenta corre; que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche, del padre, y no del marido, la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan una joya, aunque la compren, no ha de correr
por mi cuenta las guardas ni los ladrones Llevóme de vuestros ojos a su casa
Fernán Gómez; la oveja al lobo dejáis como cobardes pastores. ¿Qué dagas no vi
en mi pecho? ¿Qué desatinos enormes, qué palabras, qué amenazas, y qué delitos
atroces, por rendir mi castidad a sus apetitos torpes? Mis cabellos ¿no lo
dicen? ¿No se ven aquí los golpes de la sangre y las señales? ¿Vosotros sois
hombres nobles? ¿Vosotros padres y deudos? ¿Vosotros, que no se os rompen las
entrañas de dolor, de verme en tantos dolores? Ovejas sois, bien lo dice de
Fuenteovejuna el hombre. Dadme unas armas a mí pues sois piedras, pues sois
tigres... --Tigres no, porque feroces siguen quien roba sus hijos, matando los
cazadores antes que entren por el mar y pos sus ondas se arrojen. Liebres
cobardes nacisteis; bárbaros sois, no españoles. Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen! Poneos ruecas en la cinta. ¿Para qué os ceñís
estoques? ¡Vive Dios, que he de trazar que solas mujeres cobren la honra de
estos tiranos, la sangre de estos traidores, y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones, amujerados, cobardes, y que mañana os adornen nuestras
tocas y basquiñas, solimanes y colores! A Frondoso quiere ya, sin sentencia,
sin pregones, colgar el comendador del almena de una torre; de todos hará lo
mismo; y yo me huelgo, medio-hombres, por que quede sin mujeres esta villa
honrada, y torne aquel siglo de amazonas, eterno espanto del orbe.
ESTEBAN: Yo, hija, no soy de aquellos que permiten que los nombres
con esos títulos viles. Iré solo, si se pone todo el mundo contra mí.
JUAN ROJO: Y yo, por más que me asombre la grandeza del contrario.
REGIDOR: ¡Muramos todos!
BARRILDO: Descoge un lienzo al viento en un palo, y mueran estos enormes.
JUAN ROJO: ¿Qué orden
pensáis tener?
MENGO:
Ir a matarle sin orden. Juntad el pueblo a una voz; que todos están conformes
en que los tiranos mueran.
ESTEBAN: Tomad espadas,
lanzones, ballestas, chuzos y palos.
MENGO: ¡Los reyes nuestros señores vivan!
TODOS: ¡Vivan muchos años!
MENGO: ¡Mueran tiranos
traidores!
TODOS: ¡Tiranos traidores, mueran! Vanse todos
LAURENCIA: Caminad, que el
cielo os oye. ¡Ah, mujeres de la villa! ¡Acudid, por que se cobre vuestro
honor, acudid, todas!
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