martes, 12 de mayo de 2015

Fragmento de la "Biografía de Jose Felix Ribas" XVII

Fragmento de la "Biografía de Jose Felix Ribas" XVII

Nos detenemos aquí, sobrecogidos de dolor y espanto .
 Hemos llegado al año de 1814!!!
Bolívar viene ante la Historia con esos decretos en el pecho, con esa sangre en las manos; ¿quién osaría llamarle cruel y condenarle? ¡Cosa extraña!
Ningún hombre en la revolución habló lenguaje más formidable; ninguno dictó medidas más aterradoras; y, sin embargo, todo corazón que le juzga se desarma ante la voluntaria simpatía que inspira. Es que lo súbito de la pasión, sus inconsecuencias y fogosos ímpetus, su violencia misma, cuando no es evidentemente sino el extravío de la sensibilidad, tiene no sé qué de atractivo y de fascinador. Es que en ese hombre de fuego el amor y el odio brotan del fondo del corazón. Vedle ahí, tan duro como el destino, dictar, al galope de su caballo, listas inmensas de proscripción. Hele aquí ordenando, en el frenesí de la rabia, la muerte de ochocientos hombres, inocentes la mayor parte. ¿Qué le importa? El dejará sus órdenes, y ni verá caer las víctimas ni escuchará los sollozos de los hijos y esposas. Que si de paso, en la noche en que vuelve á los combates, una mujer afligida gime á sus ojos, desármase repentinamente, se enternece, y ordena la libertad del que iba á morir.
Tan emponzoñada estaba la atmósfera de aquellos días, que hombres conocidos después por su moderación y calma se sintieron arrebatados en el frenético vuelo que animaban los peligros. Y ¿cómo permanecer silencioso, innoble, helado, cuando cada hora traía horribles nuevas que embriagaban en furor? 
A principios del año 14, la República naciente, llena de deseos de vivir, se sintió próxima á la muerte. Siete meses hacía desde que Bolívar había volado á Venezuela, lanzando rayos, sobre las alas de la victoria; y como si hubiese sido una burla del destino, cada día miraba levantarse tras él y á su alrededor negras nubes de enemigos. ¡Qué! ¿No había triunfado sino por sorpresa? ¿Le arrebatarían la victoria? ¿Le privarían del triunfo los contrarios que creía haber hollado bajo los cascos de su alazán? El canario D. Pedro González había invadido á Trujillo con una columna de corianos; el feroz Yañes aparece en Barinas; y Vanes y el catalán 
Puig entran á hierro y sangre en su desgraciada capital: de pronto todo el territorio de Venezuela es cruzado por guerrillas realistas, que impiden las comunicaciones y esparcen por todas partes el horror y el exterminio; Carlos Blanco hostiga los llanos de San Carlos; Pedro Ramos manda entre Araure y Sarare; el catalán Miyet amenaza á San Felipe; Reyes Vargas, Oberto, Inchauspe y Torrellas recorren á Quíbor, Tocuyo y Barquisimeto; Ceballos se afirma en Coro; Calzada asoma por Guanare y Ospino, una nube preñada de tempestades se levanta en los Llanos del Guárico! 
El partido de la independencia no se intimidó al aspecto de tan numerosos enemigos; los provocó más bien, y para probarles que la guerra era mortal, les arrojó las cabezas de sus parciales. Rodeados de miradas serias que sabían ser enemigas, sin confianza en nadie, bajo la amenaza de mil puñales, 
Bolívar y los suyos se turbaron interiormente, y para que esa turbación se convirtiese en desespera- da rabia, la sospecha, las tramas, los votos por su caída, corrían á alarmarlos diariamente. ¡Ahí No habían saboreado la victoria sino para sucumbir: su arrojo, sus hazañas no iban á ser sino trofeos de sus contrarios: Cúcuta, Niquitao, los Taguanes, la gloriosa expedición del año de 13, sólo será una aventura insensata, motivo de escarnio y risa, aborto miserable en la noche de la Historia. Debieron pensar con desesperación profunda en la alegría irónica de sus adversarios, en las venganzas sangrientas, en la suerte que cabría á sus familias, en sus cabezas puestas á precio, en sus propiedades confiscadas, en su vida, si lograban salvarla, pasada en el destierro, entre el desprecio y el hambre. La sola declaración de la guerra á muerte era un pacto con el cadalso, si sucumbían. Habían lanzado el guante y se había recogido; patíbulos respondían á patíbulos; se arrojaban cadáveres como insultos; las burlas se escribían con sangre. 
Bolívar se sintió solo en la desesperada lucha. 
Porque Caracas se agotó al fín en los esfuerzos, y después de dar los jóvenes, los viejos, los niños, quedó desangrada y abatida, le pareció egoísta y culpable. Harto había hecho su gloriosa madre, que sin preparación alguna filosófica, espantada por el temblor del año de 12, vejada por el pérfido Monteverde, arrastrada á violencias que condenaba, lanzada á la guerra á muerte contra su voluntad, diezmada en cien combates, sombría en las tinieblas de la muerte, se preparaba á seguirle después y á caer por el hierro de los enemigos. 
 
Habría sido hermoso que la revolución del 19 de Abril no hubiese enlodado las galas de sus primeros días, que no se hubiese suprimido ninguna libertad, que no se hubiese violado ley alguna, ni renunciado á las garantías, ni implorado como un bien la Dictadura. Pero si los pueblos de Europa, desmoralizados á la vista de cualquier peligro civil, no se creen seguros sino bajo leyes excepcionales y esa Dictadura; si la Francia, el cerebro del mundo, á la aprensión de algunos males, á la incertidumbre si- quiera de su destino, hace renuncia de sus ideas, de sus instituciones, de los principios que ha proclamado, de las garantías que reclamó con amenazas, ¿qué podía esperarse de la incipiente República, nacida ayer á la libertad, que no comprendía sus condiciones, envenenada con los hálitos de la esclavitud, acabada de salir de la funesta escuela de la atrasada España? Lejos de encontrar los jefes de la revolución costumbres é ideas que contrariasen sus instintos, la Revolución francesa, con sus crímenes, fué el modelo que se propusieron. Y si se había copiado el año de 11 la "Declaración de los Derechos del Hombre" fie la Asamblea Constituyente, copiáronse el año de 14 los decretos y resoluciones de la Junta de Salud Pública. Les faltaba la opinión que modera y dirige; les faltaba el influjo de los ministros públicos, tan provechoso y conveniente. Hacían temblar los unos, temblaban los otros, en la esperanza cada bando de hacer temblar á su turno. 
Ningún decreto conocemos que autorizase las visitas domiciliarias. Una tarde, sin embargo (9 de Febrero de 1814), ya al ponerse el sol, Caracas aparece circuida de soledad y espanto: nadie en las calles; puertas y ventanas cerradas; en todas las alcabalas el quién vive y la vigilancia; á las puertas de muchas casas grupos de muchachos y centinelas... se encontraron nuevos desgraciados; estuvieron los esbirros á la entrada de la bóveda donde yacía moribundo aquel D. José de las Llamozas, que había presidido la Junta del 19 de Abril. 
No era posible que hombres reducidos á tal extremidad, no suspirasen por otra situación ni conspirasen para lograrla. Conspiraron, en efecto, y muchas veces, y cuando no conspiraban, se creía que ocultaban sus tramas, y en el frenesí de la rabia, se ocurrió la muerte como el medio mejor de escarmentarlos. Pues que perecemos tal vez, gritaron los jefes de la independencia; pues que no esperamos ni queremos cuartel; pues la guerra nos ha de consumir en sus abismos, perezcan antes los que insultarían á nuestras familias y triunfarían con nuestro desastre. Sí, la Historia debe confesarlo, vestida de duelo; hubo también una premeditación fría, sistemática, que centuplica el horror de los acontecimientos, harto horribles en sí: hubo un plan seguido invariablemente, sin alternativas de piedad, exacerbado por subalternos crueles, y que no escapó de los abismos profundos de almas ulceradas... 

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